miércoles

Ley Antitabaco

La calle, el nuevo reino para fumar

Los porteños prefieren el frío antes que dejar el cigarrillo. Desde el 1° de junio, Argentina tiene una Ley Antitabaco y es un país 100% libre de humo. Desde el 15 de junio la normativa entró en vigencia, pero lejos de modificar hábitos, sólo cambió el modo de eludir las restricciones. Ahora humean las veredas.
PorVictoria De Masi Clarin 22/06/11

Acostados entre las juntas que forman las baldosas. Flotando en el agua sucia de los cordones. Tirados al pie de los árboles o apagados de un pisotón en los canteros. Ahí están los filtros de los cigarrillos, en su variedad blanca y marrón. Desde hace una semana, la vereda se convirtió en el gran cenicero de los fumadores porteños. Es que no hay opción: desde que entró en vigencia la Ley Antitabaco, hace siete días, quienes fumen sólo pueden hacerlo en casas y lugares abiertos.

Hay una sola estrategia: salir a la calle y hacerle frente al frío , aunque un profesor esté esperando para tomar un final o que el café se enfríe adentro del bar. O que la ruleta gire y gire, y ya no esté ese compañero humeante que alguna vez llamó a la suerte.

El 1° de junio la Cámara de Diputados aprobó por unanimidad la norma que convierte a la Argentina en el octavo país latinoamericano 100% libre de humo de tabaco. La norma entró en vigencia quince días después. Además de restringir los espacios habilitados para fumar, obliga a las tabacaleras a incluir en los paquetes de cigarrillos advertencias sanitarias con imágenes y el dato sobre la línea gratuita para que consulten los que quieran abandonar el hábito. Las multas ya corren, pero los fumadores no deben pagarlas.

Clarín recorrió varios lugares públicos para ver cómo se las arreglan los fumadores, que también quieren ejercer su derecho a despuntar el vicio. La entrada de algunas facultades ya no es ése lugar de paso, de movimiento. Bastión del humo por tradición, ahora el café y el pucho tomaron las escalinatas. “¿Sabés lo que es esperar a que te llamen para dar el final y que no puedas encender un cigarrillo? Es terrible.

Entiendo que mi adicción perjudique a otros, pero yo no quiero dejar de fumar.

¿Por qué nos corren? ¿Por qué nosotros no tenemos un lugar hóspito para fumar?”. Habla Catarina Santanocitta, estudiante de Odontología de la Universidad de Buenos Aires. E insiste, mientras larga el humo: “Prohibir no hace que se reduzca la cantidad de fumadores”. Las entradas de la facultad de Sociales, la de Medicina, Odontología y Económicas se volvieron escenarios estáticos donde los estudiantes salen abrigados a encender un cigarrillo.
Las charlas duran lo que tarda en consumirse el tabaco: unos cinco minutos para volver a refugiarse en las aulas del invierno que arrancó ayer.

¿Se puede entrar a un casino y encarar la ruleta sabiendo que no se puede fumar? La respuesta es sí. Hombres en las maquinitas, hombres alrededor de los paños verdes, hombres poniéndose a prueba en el Black Jack. Y hombres en las cubierta del barquito luminoso de Puerto Madero diciendo “me están matando” y dándole fuego a un cigarrillo. En ese casino el único lugar habilitado para echar humo es la cubierta: pasillitos que rodean al barco y no tienen más de un metro de ancho. Ahí están, decapitados, los miles de cigarrillos que los jugadores dejan sin terminar. Adentro, una voz en off repite cada cinco minutos: “Recuerde que desde el 15 de junio rige la ley número 26.687, que prohíbe fumar en espacios cerrados. Por favor, consulte a los asistentes cuáles son los lugares habilitados para fumar”. Y este diario preguntó. Mientras nos mostraba la puerta que conduce al balcón del barquito, la asistente se descargaba: “Ocho años y medio soporté el humo, estoy feliz de que ahora no se pueda fumar. Y la verdad que la gente se porta muy bien”.

Los bares y restoranes también vieron alterado su ritmo. “El cliente llega, pide un café, va al baño y sale a fumar. Vuelve a entrar cuando nos ve trayendo el pedido”, confía un mozo que atiende una confitería en plaza Dorrego.
Recién empieza el frío en Buenos Aires pero al fumador no le importa. Si la intemperie es el lugar al que lo relegaron, entonces lo hará suyo.

Como Carlos Encina, de 56 años, y cuatro décadas de fumador. Enciende el primer “Imparciales” a las 5 de la mañana, con el primer mate. Ahora está en la puerta de un bar, al lado de un cenicero que improvisaron para que la gente no llene la vereda de colillas. “Está perfecto que rija esta ley, pero no pienso dejar de fumar porque ya no haya espacios para hacerlo libremente”, opina Carlos. En el atado que abrió hoy sólo quedan una docena de cigarrillos.

No hay comentarios.: