Almagro
y su templo de arte divino
POR
EDUARDO PARISE
Clarin
28/01/2013
Una
basílica, obra de los salesianos, que llama la atención por fuera e impacta por
dentro.
María Auxiliadora y San Carlos. El interior de la iglesia, ubicada en Quintino Bocayuva e Hipólito Yrigoyen. Fue inaugurada en mayo de 1910. |
Aunque su imagen exterior es austera, igual el edificio
llama la atención. Es que su única torre tiene 64 metros de altura. Y la forma
de construcción escalonada, hace que resalten su cúpula y los altos ventanales
sobre las paredes con ladrillo a la vista y revestimientos símil piedra. En el
frente, la estatua del Dios Padre Omnipotente (se denomina “Pantrocrator”)
también impacta. Hecha en un solo bloque de mármol blanco que talló un artista
salesiano, se la puede ver sobre el arco de la entrada: mide seis metros. Pero
lo más relevante de este gran templo está adentro, en esos 67 metros de largo
por 27 de ancho que, en tres niveles, ocupa una superficie de 1.800 metros
cuadrados. Uno podría ubicarlo en cualquier ciudad importante del mundo. Pero
está en el muy porteño barrio de Almagro.
La basílica de María Auxiliadora y San Carlos está en
Hipólito Yrigoyen y Quintino Bocayuva. Fue construida en menos de 10 años: la
piedra fundamental se colocó en junio 1900 y la inauguración se realizó el 24
de mayo de 1910, en la víspera del primer centenario de la Revolución de Mayo y
el día de la fiesta de María Auxiliadora. La estatua (también conocida como “la
virgen de Don Bosco”) mide cinco metros y está en el sector del “altar
privilegiado”, al que se accede por dos imponentes escaleras de mármol, a cada
lado del altar mayor. En el altar principal, la imagen central no es el Cristo
crucificado habitual, sino una gran estatua del Sagrado Corazón, iluminada con
delicadeza.
Toda la obra fue proyectada y ejecutada por el arquitecto
y sacerdote salesiano Ernesto Vespignani (Lugo, Italia, 8/9/1861 – Buenos
Aires, 1/11/1925), definido como “discípulo fiel del gran Don Bosco”. Según
consta en una gran placa de bronce colocada en la en trada, él “divinizó el
arte en este templo, obra maestra de su preclaro ingenio y de su fe profunda”.
Nada más acertado, porque todo el edificio (de estilo “románico lombardo”,
según Vespignani) tiene algo de divino: grandes vitrales que se destacan con la
luz natural (no hay que perderse los que están en la doble puerta de madera de
la entrada); arañas colgantes con tulipas de cristal de Murano; columnas de 15
metros de altura con franjas que alternan los colores rojo ladrillo y beige y
muchos sectores hechos o recubiertos con mármoles que el mismo Vespignani fue a
buscar a Italia.
El techo abovedado de las tres naves de la basílica es de
un azul lleno de estrellas que se complementan con adornos arabescos de miles
de flores. La estructura está rematada en la monumental cúpula octogonal, cuya
bóveda está a casi 50 metros del suelo. Los largos bancos y los confesionarios
en madera tallada completan la fastuosa escena.
Los salesianos comenzaron a actuar en la Argentina en
diciembre de 1875. Era la primera fundación de esa Orden que Juan Bosco, por
entonces superior de la congregación, emprendía fuera de Italia. Esto se
explica porque el Papa Pío IX sabía que en Buenos Aires residían unos 35.000
italianos. Y asistirlos era su misión. Su primera escuela de artes y oficios
estuvo cerca del cruce de Tacuarí y San Juan. Pero hacia 1878 ya estaban en
Almagro. El 1° de junio de ese año, allí fundaron el colegio Pío IX. En ese
colegio, durante dos años (1901 y 1902) estuvo pupilo un chico que aprendió
nociones de imprenta, encuadernación, herrería y zapatería. También se lucía
con una muy linda voz y por eso se destacó en el coro de la congregación. Tenía
11 años, era francés y se llamaba Charles Romuald Gardes. Una placa, fileteada
por el artista Luis Zorz, lo recuerda en el frente de la basílica. Pero esa es
otra historia.