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Parque Patricios

Un palacio en Parque Patricios


Por Eduardo Parise
15/08/11 Clarin



La imagen del edificio parece escapada de una postal de Florencia, en Italia. Y algo de eso hay, ya que fue construido al estilo de un palacio florentino, como en 1918 lo pensó el arquitecto Juan Waldorp (h). Pero, ¿por qué semejante edificio, con jardines y parques que ocupan toda una manzana, en Parque Patricios? Por el deseo de un empresario solidario que, con 45 años y nueve meses antes de morir, dejó en su testamento el dinero y el lugar para que en ese sitio, por entonces una de las zonas más pobres de la Ciudad, se realizara “la edificación de un palacio para escuela”. Se llamaba Félix Fernando Bernasconi y su “palacio”, que en breve cumplirá 82 años, sigue allí como una escuela con unos 5.000 alumnos.


Inaugurado el 22 de octubre de 1929, el Instituto Bernasconi (como lo llama la gente) es mucho más que un bello edificio en la manzana que abarcan las calles Cátulo Castillo, Catamarca, Rondeau y Esteban De Luca. Porque en sus cuatro plantas funcionan nueve escuelas, entre primarias, secundarias, de música y hasta de natación. Esto es así porque cuando lo pensaron, además de las galerías de circulación en forma de recova, los grandes patios, un foyer de estilo clásico y una sala de teatro con 400 butacas, se incluyeron en el subsuelo dos piletas de natación para usar todo el año.


También están los departamentos destinados a temas audiovisuales, odontológicos, un centro de orientación vocacional y educativa y la biblioteca de consulta y lectura para todos los chicos. Y como si no fuera suficiente está el complejo museológico creado por la gran Rosario Vera Peñaloza, aquella docente que pensaba que los museos “no deben actuar como depósitos sino como escuelas vivas para el enriquecimiento de la cultura argentina”. El terreno que ocupa el Bernasconi fue parte del casco de la estancia “El Edén” (de ocho hectáreas) y luego albergó la casaquinta de Francisco P. Moreno, el famoso perito quien, según cuentan, cada tarde abría los portones para que los chicos de la zona (“el barrio de las latas”, por las casas precarias que había) pudieran ir a buscar frutas de los árboles. Moreno solía repetir: “Donde el trabajo y la escuela reinan, la cárcel se cierra”.


La fortuna dejada por Bernasconi (hijo de inmigrantes suizos) también sirvió para que en el lugar quedaran obras artísticas valiosas como los dos grupos escultóricos (simbolizan a figuras de la mitología griega) realizados por el escultor argentino Alberto Lagos, el gran “reloj de la torre” o una excelente estatua de Sarmiento, hecha en bronce por Zonza Briano. Y una curiosidad: a metros de la entrada sobre la calle Cátulo Castillo está la pequeña estatua que recuerda “al perro abandonado”, un tema que el gran poeta y compositor tuvo como cruzada en su solidaria vida.


El Bernasconi es una parte importante entre las instituciones de Buenos Aires y merece estar en un sitio destacado. Sin embargo, en la zona de Parque Patricios también hay otras referencias que aluden al pasado y presente de la Ciudad. Uno de ellos es el Parque Florentino Ameghino (lo rodean las calles Monasterio, Santa Cruz, Caseros y Uspallata), un predio donde estaba la casa en la que en 1823 murió Remedios de Escalada, la joven esposa de San Martín, y el lugar en donde se encuentra el monumento que recuerda a los muertos por la fiebre amarilla, realizado en 1873. Pero esa es otra historia.

Andrés Kálnay

El arquitecto que llegó de casualidad y dejó su sello en toda la Ciudad
Andrés Kálnay, de origen húngaro, hizo 120 obras, entre las que sobresale la ex cervecería Munich.
Por Silvia Gómez
15/08/11

Las obras cumbre

 
Andrés Kálnay fue uno de los arquitectos más prolíficos que tuvo el país. Casi un desconocido, se estima que construyó unas 120 obras , entre casas y edificios, la mayoría en la Ciudad. Muchísimas fueron derribadas, pero otras siguen en pie, dando cuenta de la fabulosa producción que el húngaro generó en Buenos Aires. La ex cervecería Munich, en la Costanera Sur (hoy la sede de la Dirección General de Museos), es por lejos su máxima creación . Trabajador incansable hasta su muerte, fue además diseñador, escritor, dibujante, artista plástico y condecorado de guerra.


Andrés Kálnay nació en 1893 en lo que fue el Imperio Austrohúngaro, en Jasenovác, hoy una ciudad de Croacia, ubicada justo en el límite con Bosnia Herzegovina. Llegó a Buenos Aires con su hermano Jorge, también arquitecto, en 1920. Y solo siete años después construía la Munich.


“De mi padre siempre me llamó la atención la capacidad de producción que tenía. Dibujaba los proyectos, diseñaba hasta el mobiliario, escribió sobre filosofía, desarrolló métodos constructivos, pintaba y sabía tanto de arte como de economía. Nunca aprendió a manejar y en el breve tiempo en el que tuvo dinero se compró un auto y contrató un chofer. La mayor parte de su vida se movió en tren. Se iba de su casa en San Isidro a las 7 y volvía casi a la madrugada. Me pregunto cómo hacía”, cuenta Esteban Francisco Kálnay desde España. Tiene 52 años, también es arquitecto y es el segundo hijo de Andrés, fruto de un segundo matrimonio.


Esteban se dio el gusto de trabajar con su padre en la restauración de la Munich . “La dictadura se había empecinado con el edificio y casi lo derriba. Se pudo salvar del abandono total y se recicló”, cuenta Kálnay hijo. No lo menciona, pero él donó un vitral que reemplazó al original, que también había diseñado su padre.


Pero la llegada de Kálnay a Buenos Aires podría considerarse casi fruto de la casualidad y hasta de un milagro. En el libro “Andrés Kálnay: un arquitecto húngaro en Argentina” –un trabajo minucioso realizado por el Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana– se detalla cuál fue el periplo de los hermanos Kálnay hasta llegar a la Ciudad: huyeron del gobierno comunista de Bela Kun y de la grave crisis económica. Caminaron desde Viena hasta Nápoles y se embarcaron como polizones en ese puerto italiano. El buque iba hacia Estados Unidos, pero en altamar viró hacia Argentina. Los hermanos Kálnay llegaron al puerto de San Nicolás, se tomaron el tren hasta Retiro y llegaron a Buenos Aires en marzo de 1920. Un año después ya habían comenzado a trabajar juntos, como arquitectos independientes.


Antes de recalar en Argentina participó de la Primera Guerra Mundial, que terminó por separar al Imperio Austro-húngaro. Recibió distintas condecoraciones y peleó en diferentes frentes. Y también participó de un conflicto que se llamó la “Revolución de los Crisantemos”. “Para esa época desarrolló un sistema que le permitió construir en semanas unas 48 viviendas para damnificados por la guerra. Tenía obsesión por la vivienda social , por eso diseñaba sistemas constructivos baratos”, detalla Kálnay hijo.


Desde que logró instalar su propio estudio –primero junto a su hermano y luego solo– nunca dejó de diseñar y construir. Pero muchas de sus obras fueron pasadas a degüello. En la página web andresyjorgekalnay.blogspot.com Alejandro Machado homenajea la obra del húngaro y con un trabajo exhaustivo logra identificar a las que siguen en pie y las que desaparecieron.

 
Moderno y evolucionado, Kálnay también viró en sus diseños, que terminaron explorando las raíces del racionalismo. Para la década del 60 dejó de construir y se dedicó a pintar y a revisar sus ideas filosóficas, plasmadas en diferentes libros. Y a casi 30 años de su muerte quizá está pendiente un homenaje a uno de los grandes constructores de la Ciudad.

 
Las obras cumbre


Hiperactivo, tal como lo describió su hijo, Andrés Kálnay finalizó en sólo cuatro meses y ocho días el edificio de la ex cervecería Munich, encargado por el empresario Ricardo Banus. Además de los vitrales, el húngaro diseñó barandas, lámparas, la vajilla y hasta los muebles. También elaboró los elementos escultóricos que decoran el edificio –como camareras alemanas con bandejas llenas de chops– y símbolos que remiten al mundo de la cerveza y a la cultura de la ciudad de Munich. La cervecería iba a ser la obra más importante –de una serie de edificios que aún siguen en pie– en una zona de la Ciudad que comenzaba su transformación. Ya con Puerto Madero funcionando, el intendente Joaquín Llambías (1916–1919) impulsó la construcción de la Costanera Sur como un paseo. Se construyeron primero el boulevard y las glorietas, y en 1918 llegó la “Fuente de las Nereidas”, de Lola Mora. 9 años después, la Munich y cinco edificios más, de los que se conservan cuatro, como el que ahora es un salón de fiestas (Brisas del Plata) y la ex casa de la Cruz Roja, que se transformó en templo judío. Como los terrenos de la costanera fueron ganados al río –se rellenaron con tierra que se sacó de los túneles del subte B– el arquitecto hizo la cervecería sobre una gran plataforma de hormigón armado. Enseguida la Munich se convirtió en el punto de encuentro de la alta sociedad porteña: políticos, famosos, intelectuales y artistas frecuentaban el lugar.

cereal para celíacos

Emprendedores
Historias que pueden enseñar cómo iniciar una actividad propia

Barras de cereal para celíacos: de la cocina a los comercios
Susana Strauss empezó a hacerlas en su casa y ahora llega a las dietéticas y a Walmart

Por Maria Emilia Subiza  | LA NACION

Strauss y sus productos. Foto: Martín Felipe / AFV


Empezó con su emprendimiento en la cocina de su casa, en Vicente López. Hija de padres alemanes y nacida en Israel, Susana Strauss creó Su Sana Dieta, que ofrece una amplia variedad de alimentos a base de semillas y aptos para celíacos, como barritas de cereales, turrones y masitas que se venden en dietéticas, quioscos, gimnasios y supermercados.


Las primeras recetas fueron pura experimentación en su cocina. Las mezclas de semillas tomaban distintas formas que probaban amigos y familiares con muy buena repercusión. En 2006, cuando el negocio empezó a tomar ritmo, ocupó la cochera de su esposo para hacer la producción de estos alimentos, que es absolutamente artesanal.

"Llevé las barritas a mis compañeras de yoga y les encantaron. Cuando me presenté en el primer local y me pagaron por mis productos me sorprendí, porque vi que era bueno lo que ofrecía y que había un negocio", contó Strauss. Al ser consultada sobre por qué se abocó a las semillas, contó que tiene un sobrino que juega al rugby que debía comer muchas diariamente.

Casi por casualidad, por una de sus primeras clientas, Strauss descubrió que había un gran vacío de productos libres de gluten. Hoy los alimentos libres de gluten y certificados por Asistencia al Celíaco de la Argentina (Acela) constituyen el 95% de sus ventas. Las barritas de cereal de Su Sana Dieta se hacen en tres combinaciones de semillas: girasol, sésamo y una combinada de ambas. Los turrones pueden ser de almendras y castañas de cajú y hay tres variedades de granolas. Recientemente incorporó una línea de masitas con semillas de chia.

Canales de venta
Además de la dedicarse a la elaboración, fue Strauss también quien salió a buscar los primeros canales de venta, que fueron las dietéticas. Durante un tiempo contrató a una vendedora, pero no le resultó. Ahora llega a algunos quioscos y supermercados como Walmart, y a varias provincias gracias a distribuidores. Las barritas se pueden encontrar en Mar del Plata, Comodoro Rivadavia, Puerto Madryn, Bolívar y Rosario, entre otras. También encontró nuevos clientes desde su página de Internet, la cuenta de Facebook y gracias a la participación en exposiciones como Caminos y Sabores, y la reunión anual de Acela.

Strauss trabaja ahora con unas cajas de madera para que sus barritas y productos se destaquen más en los quioscos, donde las empresas de consumo masivo tienen acaparado casi todo el lugar. Como diferencial de sus productos destaca la calidad, el sabor y el envasado transparente, que permite apreciar lo que se compra.

Si bien apunta al mismo público que consume las barras de cereal de industrias de consumo masivo, Strauss rescató lo artesanal como un valor de sus productos donde la única máquina que se usa es para las fechas de vencimiento. "Las barritas industriales tienen menos contenido y no se ve lo que se compra, porque están en papel de aluminio por la conservación. Todos nuestros productos se hacen a mano, las mezclas van al horno, luego se cortan y se envasan. Las fechas de vencimiento son a los tres meses de la producción porque los productos no tienen aditivos ni conservantes", explicó. Hace unos pocos años su marido se jubiló y la ayuda en los vaivenes del negocio, además de un par de empleados en la cocina. Strauss contó que las barritas y turrones son los productos de más venta. Tienen un valor de venta al público que ronda los $ 3,50. La facturación anual de la compañía ronda los $ 350.000.

La demanda más fuerte se da antes de las fiestas de fin de año y luego baja durante el verano. El último año incrementaron "muchísimo" las ventas con los nuevos distribuidores. El balance le arroja durante el primer semestre ventas que duplicaron las de igual período del año anterior.

En lo que fue la cochera de la casa se hacen los distintos productos de Su Sana Dieta. La producción para celíacos, que es mayoritaria, está separada de algunos pocos productos para no celíacos que contienen avena y otros alimentos con gluten. "Los celíacos saben que lo de ellos es más caro que los productos comunes. Pero mis barritas tienen igual precio que las que hago para no celíacos. Ajusto mis costos para que no paguen de más", agregó..