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El falso clavo de Puerto Madero

La curiosa escultura de Jorge Gamarra se llama “Cincel” y rinde homenaje a ese útil del arte.

Eduardo Parise Clarin 2011

Mirado desde lejos, parece un clavo gigante. Es más: muchos lo presentan con la popular definición de “monumento al clavo”. Pero la escultura, que de eso se trata, poco tiene que ver con ese elemento de los carpinteros, obreros y civiles tan cotidiano como punzante. La obra se denomina Cincel y reproduce en gran escala la forma de esa herramienta fundamental para aquellas individuos que, con martillo mediante, pueden convertir, como en este caso, una simple viga de quebracho en una pieza artística.

Está en Alicia Moreau de Justo y Macacha Güemes y tiene como marco algunas de las viejas grúas que hicieron historia en el viejo Puerto Madero. El autor de Cincel es el escultor Jorge Gamarra, un argentino que aunque en su etapa de escuela secundaria estudió temas relacionados con el modelismo industrial (lo que le dio conocimiento de diseño y cierta destreza para realizar varios oficios), en el aspecto artístico se considera autodidacta.

La obra instalada en Puerto Madero tiene unos seis metros de altura y formó parte de los trabajos realizados a fines de 1994, en el Primer Encuentro de Escultores, que se desarrolló en Palermo, en el denominado Paseo de la Infanta.

“Todo empezó cuando en un invierno en el que yo andaba por Pinamar, descubrí esa viga de quebracho colorado en un corralón; acordé el precio con el dueño y con un camión me la traje a Buenos Aires”, recuerda Gamarra. Después, la instaló frente a uno de los lagos del Parque Tres de Febrero y durante una semana se dedicó a tallarla para darle esa forma del gran cincel, que tiene una cabeza de unos 90 centímetros de diámetro. Gamarra realizó su escultura a la vista de la gente que lo vio trabajar más de diez horas por día. “Eso –recuerda el artista– sirvió para derrumbar el mito de que el arte no implica demasiado esfuerzo: después de aquellas jornadas a puro hachazo, me quedaban los brazos temblando”.

Este trabajo que muestra un elemento clave para los escultores tiene gran relación con la obra de Gamarra: aunque en otras escalas, muchas de sus piezas también representan a distintas herramientas que, según el artista, son una especie de prolongación de la mano que se usa para desarrollarlas. “Y el cincel es una de las más importantes”.

En 1966 Jorge Gamarra ganó un primer premio por una escultura en madera. Y desde entonces hasta ahora, sus trabajos realizados en ese material así como en piedra, acrílicos, hierro y acero cosecharon lugares destacados en exposiciones no sólo de toda la Argentina sino también en muchos países de América, Europa y hasta en Japón. Ese desarrollo artístico también generó premios y menciones como el que en 1999 le otorgó la Fundación Pettoruti, nombrándolo artista del año.

Por supuesto que Cincel llama la atención y es probable que muchos sigan creyendo que se trata de un monumento al clavo. Claro que no es la única escultura que puede resultar extraña en una ciudad como Buenos Aires, donde el arte urbano y callejero siempre está dispuesto a deparar sorpresas.

Un ejemplo es El Tótem , una escultura que industriales canadienses donaron en 1964. Fue realizada con madera de cedro rojo, mide más de ventiún metros y pesa unas cuatro toneladas. Está en la Plaza Canadá, cerca de la Terminal de Omnibus de Retiro. Pero esa es otra historia.

A 140 años de la epidemia más feroz, la fiebre amarilla sigue siendo un peligro

LA ENFERMEDAD MATO A 14 MIL PERSONAS EN BUENOS AIRES EN 1871
Los especialistas en infectología dicen que “las condiciones están” para que se dé un nuevo brote.



Valeria Román Clarin 07-11-11

Hace 140 años, la Argentina entraba en pánico por la mayor epidemia de fiebre amarilla. No se sabía que la infección era causada por un virus, ni tampoco que la transmitía un mosquito –el Aedes aegypti , que también transmite el dengue– en las ciudades. Si bien hoy existe una vacuna preventiva, “la posibilidad de que se desencadene una nueva epidemia de fiebre amarilla es aún una amenaza ”, advierten especialistas en infectología que disertarán este miércoles en el Tercer congreso de enfermedades endemoepidémicas, organizado por el Hospital Muñiz en Buenos Aires.

El foco de la epidemia de fiebre amarilla se desató en diciembre de 1870 del año anterior en Paraguay. Los primeros casos en Argentina se detectaron en Corrientes. “Los soldados que regresaban de la Guerra del Paraguay fueron los probables introductores del virus”, cuenta Tomás Orduna, presidente de la Sociedad Latinoamericana de Medicina del Viajero.

Los primeros casos en Buenos Aires se detectaron el 27 de enero de 1871. Y la epidemia fue aplastante . Murió el 8% de la población porteña: 14 mil personas . Se detectaban los síntomas (dolor de cabeza y musculares, sofocos, inapetencias) pero nadie sabía de qué se trataba . “Algunos pensaban que podían por ser cuestiones de putrefacción”, comenta Alfredo Seijo, jefe de zoonosis del Hospital Muñiz y orador en el congreso.

Recién en 1881 el médico cubano Carlos Finley propuso que la fiebre amarilla era transmitida por un mosquito, aunque no le reconocieron su descubrimiento de inmediato. El virus que causa la infección recién fue aislado en 1927 en Africa , y permitió desarrollar vacunas que hoy –con algunas variaciones– se siguen utilizando.

“El médico Francisco Muñiz, que atendió a muchos enfermos, había advertido en un libro que los soldados podían traer nuevas enfermedades al país”, recordó Seijo. En el momento de la epidemia Buenos Aires no tenía muchos hospitales. Se abrió un lazareto para el aislamiento en Azcuénaga y Paraguay. Muchos vecinos abandonaron la zona sur de la ciudad hacia el norte. El cementerio que estaba frente al actual edificio del Muñiz fue cerrado porque se llenó de cadáveres , y se habilitó el de la Chacarita. Sin tratamientos específicos, y con la llegada del invierno, la epidemia cesó . Y la salud pasó a integrar la agenda política.

Con el tiempo llegó la vacunación.

Entre 1966 y 2008 no hubo casos humanos de fiebre amarilla autóctona en la Argentina . Pero en 2008 reemergió con 10 casos en Misiones , de los cuales murieron 3. Durante 2011 no se notificaron casos humanos, pero los infectólogos consideran que la fiebre amarilla no debe percibirse como “una enfermedad exótica”. “Hoy la fiebre amarilla sigue siendo una amenaza en Argentina. Con un solo caso que en una ciudad se puede desencadenar una epidemia explosiva , si está el mosquito que la transmite”, dice Orduna.

“ No es para alarmarse, pero las condiciones para la fiebre amarilla están . Existe circulación del virus en monos y también tenemos al vector (el mosquito). Además, no toda la población está vacunada”, agregó Seijo. Aún no hay un tratamiento para la enfermedad, pero mucho se puede hacer para una mejor prevención . “Todas los que viajen a Misiones deben vacunarse”, recomienda Orduna. Cada 10 años se renueva la dosis.

Para Seijo, es importante que las ciudades y sus habitantes bajen los índices de mosquitos (son las mismas medidas que se aconsejan contra el dengue), y “habría que plantearse si la Argentina puede
producir la vacuna ”. Hoy se importa, y las cantidades son limitadas.


Muñiz, una mente brillante

Francisco Muñiz era un hombre inquieto. Había nacido en 1795 y se dedicó a trabajar como médico, epidemiólogo y paleontólogo en Argentina. En 1871, cuando la fiebre amarilla azotaba Buenos Aires, Muñiz ya estaba retirado, pero su vocación pudo más. Regresó al hospital y atendió a centenares de enfermos, pero se convirtió en otra víctima de la epidemia: murió el 8 de abril de 1871. El entonces presidente Domingo Sarmiento dijo sobre él: “…si le hubieran dado en vida elegir su género de muerte, no habría muerto de otro modo. Como el soldado en la batalla, el murió como médico, al pie de la bandera de la caridad...”. Para Domingo Palmero, titular del comité organizador del congreso, “fue una mente brillante de nuestra historia”.