La inauguración del Vial Costero reaviva la polémica sobre el uso del espacio público ligado al Río de la Plata.
PorBerto González Montaner *
*editor Jefe De Arq | Clarin 22/06/11
*editor Jefe De Arq | Clarin 22/06/11
SIMBOLO. LOS PARAGUAS DE AMANCIO WILLIAMS.
Finalmente el sábado pasado, luego de mucha controversia, se inauguró el mal nacido Vial Costero de Vicente López. Mal nacido porque de movida falló su concepción: nunca debió ser nada más que una solución vial y un disparador de buenas inversiones inmobiliarias; debió haber sido pensado como un proyecto integral de renovación urbana y paisajística.
La franja que va desde Libertador al río fue por mucho tiempo un área subutilizada, de difícil acceso, inundable y poco conocida por la mayoría de los vecinos de Buenos Aires. Hasta una amiga mía sin demasiados recursos se pudo comprar un terrenito bien barato y se hizo una casa rodeada de boliches, clubes de barrio, talleres y depósitos.
Recién en los 90 renació la idea de recuperar el río para la Ciudad. Nuestro mar dulce, un río con horizonte infinito. Marrón, plateado, bronce. Por momentos, un espejo de aguas tranquilas; por otros, una masa de agua que rebalsa, indomable. Dramático, nostálgico, con miles de cielos. Un paisaje siempre único.
En el año 1993 el Municipio de Vicente López llamó a un concurso nacional de ideas para la recuperación urbano-ambiental y ecológica de esta porción de costa. En ese momento se conocieron propuestas de todo tipo: desde proyectos faraónicos que imaginaron grandes explanadas sobre el río hasta los que optaron por intervenir lo mínimo posible y no hipotecar el futuro de la zona. Desde los que querían continuar con la cultura de “bajar al río” y mantener su escala barrial a los que, en el otro extremo, proponían una avenida costanera de escala metropolitana, para que al río lo disfruten todos.
Horacio Baliero fue jurado del concurso. Ungió al trabajo ganador defendiendo la consigna: la costa de Vicente López tiene que ser como “un Palermo sobre el río”. El proyecto siguió con la creación de una calle con pavimentos multicolores que a través de distintos elementos organizó el tránsito de los vehículos, de los peatones y de las bicicletas, además del estacionamiento. De esta senda emergieron hacia el río –a través de una suerte de quebradas entre terraplenes de césped– unos caminos de hormigón. Y también unos curiosos y bellos aparatos: los paraguas de Amancio Williams, un auditorio abierto en el extremo sur y el Parque Arenales con el faro y mirador en el norte que terminaron por caracterizar la primera etapa del llamado Paseo de la Costa.
La casita de mi amiga siguió ahí, pero rodeada de nuevos edificios de oficinas alargados y bajitos. Para los inversores inmobiliarios, la zona daba para más. Fue en 2006 que el Concejo Deliberante, luego de mucha polémica, cambió el Código de Ordenamiento Urbano habilitando mayores densidades y la construcción de torres.
El nuevo Vial Costero es una pieza fundamental de este armado. Desde la estrategia vial, intenta desviar algo de flujo vehicular de la congestionada Libertador. Tal conectividad posibilita la aparición de excepcionales lotes frente al río y da lugar a excelentes negocios inmobiliarios; pero también permite –si el Gobierno porteño acuerda– darle continuidad a la Costanera desde el puerto porteño hasta Olivos y recuperar para toda la ciudadanía gran parte de nuestro negado río. Desde el planteo paisajístico poco es lo que se ha hecho.
El Paseo de la Costa, el Vial Costero, o ahora redenominado en una versión más políticamente correcta, el Paseo Costero, presenta un típico dilema urbano. ¿Este sector tiene que responder a las necesidades del barrio y sus vecinos o a las de la metrópoli? Cómo no entender a los vecinos que ahora perderán esa relación casi intimista y privilegiada con el río. Pero, en contrapartida, por qué esa experiencia tiene que ser reservada para pocos. El caso me hace acordar a la vieja y exclusiva rambla de madera de Mar del Plata. Un precioso ejemplo de Art Nouveau que fue reemplazado por la rambla multitudinaria que hoy conocemos. Por qué entonces no volver a la idea de un multitudinario y democrático “Palermo sobre el río”.
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