Un laberinto gigante desafía a grandes y chicos en Misiones
PorErnesto Azarkevich
Misiones. Especial.
Misiones. Especial.
Una sola salida, dos caminos, 510 esquinas ciegas y 1.708 metros lineales de ligustrina perfectamente recortada componen el laberinto vegetal más grande de América del Sur. Este atractivo desafío para grandes y chicos está en Montecarlo, 180 kilómetros al norte de Posadas, camino a Cataratas.
Valerio Ruiz es el encargado de cobrar la entrada (8 pesos los adultos, 5 los chicos) y guiar hacia la salida a los que se dan por vencidos. Conoce el laberinto como la palma de su mano. Hace diez años que modifica los recorridos y mantiene en condiciones el lugar, que funciona desde 1993. “La gente me paga para perderse y después me pide que le ayude”, bromea. El laberinto de 3.100 m2 está en las seis hectáreas del Parque Juan Vorstich. En octubre es un estallido de colores con la Fiesta Nacional de la Orquídea y Provincial de la Flor. Enormes cañafístolas, lapachos, cedros, y alecrines se entremezclan con bambúes de la India o palmeras de México. Allí habitan cientos de cigarras y pájaros que no paran de cantar desde el amanecer.
Parado sobre el puente que es la rampa de egreso, Valerio desafía a los turistas a encontrar la salida. Si pasaron más de 20 minutos caminando bajo el implacable sol misionero, pregunta si necesitan ayuda. La mayoría rechaza el auxilio y sigue.
El hombre, de risa fácil, cuenta que en julio del año pasado un turista alemán caminó por el laberinto dos horas sin poder salir. “Nunca quiso aceptar ayuda... salió por el mismo lugar por donde había entrado y se fue tan enojado que casi se olvidó de su familia”, recuerda Valerio.
Un total de 28 horas de trabajo le lleva a Valerio recortar los 1.708 metros de ligustrina de 1,60 de alto. “En realidad hay que multiplicar todo por tres, porque se poda arriba y de ambos lados para mantener despejados los pasillos”, aclara.
El único solaz es una centenaria planta de yerba mate que aporta su sombra en el centro del laberinto. Una parada obligada.
Juan Pablo y Solange son de Buenos Aires. De regreso de Cataratas, pasaron por el laberinto. El admite que “desde afuera parece chiquito. Decís: entro y a lo sumo me equivoco en dos esquinas, pero nos costó encontrar la salida”. Más audaz fue Rocío, que se internó con sus hijos Macarena (8), Santino (7) y Batista (3). Unos 20 minutos después, lo lograron. Fanatizados, repitieron tres veces el desafío: “siempre encontramos la salida”, dice Rocío, y es la envidia de los que aún siguen buscando una brújula entre tanta ligustrina.
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