Un barrio pobre sacudido por el paco y la inseguridad
Ciudad Oculta. Los vecinos denuncian que la violencia es tanta que les da miedo sacar los chicos a la calle. Dicen que son frecuentes las peleas a tiros entre pandillas y los robos hechos por jóvenes que buscan droga. Ciudad Oculta
PorNAHUEL GALLOTTA Clarin 05/12/10
SANTUARIO. UN MONOLITO RECUERDA A PEKIN, UN JOVEN QUE MURIO BALEADO. EL ASESINO HUYO A PARAGUAY.
REJAS POR TODOS LADOS. LOS ROBOS EN LA VILLA SON MONEDA CORRIENTE. DICEN QUE TODO EMPEZO CON EL PACO.
Ciudad Oculta, Informe especial
Cuando diez años atrás el teólogo y escritor Jorge Tasín pisó Ciudad Oculta por primera vez para hacer trabajo social, se sorprendió del modo en el que se procesa la muerte en la villa. “Recuerdo haber trabajado con un grupo de adolescentes. Un lunes reanudamos el taller y a uno de los pibes que venía a las clases lo habían matado el fin de semana. Las cosas siguieron como si nada, los chicos vinieron igual. Después me di cuenta de que eran otros tiempos”, dice Tasín, autor de “La Oculta, vivir y morir en una villa miseria argentina”.
En los últimos meses, el barrio estuvo vinculado a dos importantes hechos policiales. El primero ocurrió el 4 de octubre, en Liniers, y terminó con la vida del modelo Diego Rodríguez. Los acusados fueron detenidos en casas de Ciudad Oculta. Ya en noviembre, después de un secuestro y una persecución policial, tres jóvenes del barrio –de 15, 16 y 25 años– murieron tras chocar contra un árbol en la localidad bonaerense de San Justo.
El asentamiento Ciudad Oculta está ubicado en Villa Lugano, a pocas cuadras de General Paz, y se estima que alberga a 30.000 personas . Aquí, en 2003, 150 mujeres formaron la agrupación “Madres contra el paco y por la vida”, para denunciar a los vendedores de drogas y la falta de lugares aptos para que sus hijos puedan tratar las adicciones.
María Ros González, una de estas madres, cuenta que a Ciudad Oculta van muchos chicos de otros barrios a comprar pasta base y que se quedan consumiendo dos o tres días, durmiendo en volquetes. “Calculo que los que venden paco son más de cien . Es como que las puertas del barrio están abiertas a todos los que quieren venir a joderle la vida a nuestros pibes”, dice. Y agrega: “Muchos vecinos se benefician con el consumo de los chicos: se quedan despiertos esperando comprar por poca plata las cosas que ellos roban para seguir fumando ”.
Hace décadas que Ciudad Oculta está divido en dos sectores: “la villa” y “el barrio”. Cada uno tiene su propio delegado que pacta con distintas agrupaciones que se acercan para hacer trabajo social en la zona. Suele ocurrir que algunas sólo trabajen en “el barrio”, y otras sólo en “la villa”. El límite es uno de los cientos de pasillos. Del lado de “la villa” habla Sergio, un adolescente que viene de cumplir una condena en cárceles federales: “Ellos –por los de “el barrio”– acá no pueden venir. Si viene uno, aunque no haya bronca con él, alguien siempre lo va a agarrar”.
La disputa es a los balazos , y en juego no está otra cosa que no sea el honor. Aquí no se tirotean por los negocios de la droga o por territorio. La gente de “el barrio”, tilda de villeros a los de “la villa”.
La última vez de tiroteos diarios e incesantes fue a partir del robo de una pistola de un grupo a otro. “Son conflictos que se arreglan de esta manera. En otro lugar a lo mejor se solucionan a las trompadas. Acá todo se arregla a los tiros”, dice Sergio. En Ciudad Oculta el narcotráfico es controlado por paraguayos que se mueven en lujosas camionetas que contrastan con las casillas del vecindario. Cada tanto, los pibes del barrio entran a robar a la casa de algún narco. Detrás del asalto hay, casi siempre, un dealer rival. “Una vez pasó que la Policía le reventó la casa a un transa , y los vecinos iban y le decían: ‘Esa es mi tele, se la vendió mi hermano’, y lo dejaban llevársela. Y así lo mismo con bicicletas y todo lo que los vendedores aceptan a cambio de droga” dice Sergio.
En una de las calles asfaltadas aparece un santuario a la memoria de Pekín, un joven que murió en el barrio. “Un borracho se limó y se puso a disparar contra cualquiera. Lo mató a Pekín y le dio un tiro a otro pibe; después se fue a Paraguay”, dice un adolescente que se enteró del hecho estando preso.
“ Las primerísimas víctimas de la violencia son los pobres . Son decenas de pibes que mueren aquí en enfrentamientos o por la pasta base y no existe ningún registro. En los pocos momentos lúcidos que tienen, se acercan y preguntan si uno sabe de un trabajo para cambiar de vida”, confiesa Tasín.
La pasta base modificó el barrio . Desde que llegó, la gran mayoría de las casas fueron enrejadas y comenzaron los robos a vecinos. Sergio cuenta de un grupo de diez jóvenes conocidos como Los rastreros , que solían juntarse y salir drogados y armados a robar todo lo que encontraran en la villa. “Eso provocó muchos tiros. Uno de los pibes le pegó trece balazos a uno de Los rastreros . Después, hay un montón de casos de gente que muere por estar justo en el medio de un tiroteo. Así murió un carnicero y una viejita”.
En Ciudad Oculta cuentan que autos de la Brigada y patrulleros de las comisarías 42° y 48° frenan en las puertas de las casas de los dealers, bajan y entran. Que cuando hay allanamientos secuestran droga a los que no arreglan con ellos, o los detienen y a los pocos días están de vuelta vendiendo. “Cuando mataron al modelo en Liniers, venía la Brigada y se llevaba al primero que encontraba.
El pibe que detuvieron se está comiendo un garrón . Tenía antecedentes, pero apenas podía caminar: la Policía le había puesto tres tiros en la pierna, ¿cómo va a ir a robar? Cuando es así, agarran a cualquiera para frenar la bronca de la gente y de los medios”, dice el adolescente que refirió la historia de Pekín.
El detenido fue identificado como Juan Pablo Peralta, de 23 años, quien se encuentra alojado en la Unidad de Ezeiza, acusado de robo y homicidio.
Clarín llamó varias a la comisaría 48° para contrastar esta versión. No hubo respuesta.
“De los tres pibes que murieron en San Justo, había uno, el de 16 años, al que no le hacía falta robar . Lo mantenían bien los papás, pero terminó yendo para no quedar mal con sus amigos”, señala Sergio. Y “Luquitas”, el de 15, decía desde chico que iba a morir “siendo ladrón”.
Ethel –una vecina de 41 años, 3 hijas y 11 nietos– agrega que los pibes ven “como un gil al que no roba o no se droga” . Las hijas de Ethel tuvieron familia entre los 12 y los 15 años. La que hoy tiene 22 ya le dio seis nietos. Ethel camina y muestra la cantidad de rejas que hay en los negocios y en las casas del barrio, y cuenta de las señoras que tienen que salir acompañadas por sus maridos cuando van a la mañana a trabajar: ese vendría a ser el horario más peligroso, cuando los que consumen paco están amanecidos .
“Los pibes que te conocen del barrio te llaman y se te acercan. Cuando vos los saludás, vienen y te sacan el celular. Acá nunca había pasado esto. Empezó todo con el paco”, dice Ethel.
Ethel cría a la gran mayoría de sus nietos. A veces no quiere sacarlos a la calle por miedo a quedar envuelta en un tiroteo. También se encuentra con que no hay dentro del barrio actividades para llevarlos. Le piden, por ejemplo, aprender a tocar la guitarra.
“Sigue habiendo algunos talleres, pero comparado con diez años atrás, no quedó nada de cultural. Cuando vinieron de la Sedronar, lo que hicieron fue remontar barriletes que decían No a la droga . Yo les pregunté si me estaban cargando, porque los pibes seguían fumando en la esquina”, dice Tasín, sentado en el jardín maternal “Sueñitos”, donde hace trabajo social.
Lo último que afirma es que falta vocación, y que olvidar a estos pibes es también una forma de gestionar. “Los pibes lo padecen. Saben que se están matando, que hacen sufrir a la vieja, te piden laburo, pero después hablan en broma, y te dicen que está ‘todo piola’. Y no está ‘todo piola’. En el barrio está todo mal”.
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